Ayer tuve terapia. Llegué tarde porque estaba arreglando algunas cosas por teléfono y se me pasó el tiempo. Miré el reloj; 5:05. Debería haber estado en el consultorio a las 5:00. Llamé a Mariana y me dijo que me esperaba hasta las 6.00.
Minutos más tarde estaba ahí, revolviendo sentimientos que suelo ignorar durante la semana. No recuerdo exactamente por qué hicimos un flashback a mi pasado. A mi relación con los hombres desde mi primer contacto con ellos. Siempre los sentí seres extraños, con los que no sabía interactuar. Mucho de esto tiene que ver con haber ido a colegio de mujeres solas y a sentir la ausencia de mi viejo en la niñez. Mi viejo es ingeniero agrónomo y en los años ochenta estaba más en el campo que en casa. Cuando venía los fines de semana tenía que ser figura de autoridad y disciplina, y eso no estaba bueno ni para él ni para nosotros (el chino, mi hermano menor, sister que me lleva tres años y yo). Papá para mí era un misterio en aquel entonces, él no habla mucho, y cuando habla lo hace con tal firmeza y determinación que de chica no me animaba a contradecirlo. Por suerte con los años nos fuimos ablandando los dos, buscando tener otro vínculo y aceptando nuestras diferencias.
Mis primeros encuentros con chicos fueron a los 14 años, en fiestas en casas con mucha luz, coca y chizitos. No era una de las más lindas, pero tampoco era un bicho, estaba en la pubertad, edad que habría que saltear definitivamente y mi debilidad era la inseguridad. El que me gustaba miraba a otra y el que me sacaba a bailar lento no me gustaba. Las fiestas parecían no terminar más, la pasaba pésimo pero moría por ir.
Hoy en día cuando un hombre me gusta, me siento nuevamente en esas fiestas. Me pongo colorada, no lo puedo mirar a los ojos y me anulo por completo y eso aunque me remita a lo más boludo de mi ser, me encanta.
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